DESDE EL TRAGALUZ - Fragmento
Rodando
ladera abajo y en caída libre, Johana se convirtió en un trozo de hielo más
arrastrado por la avalancha. Giraba como dentro de una licuadora, ensordecida
por el ruido atronador de la montaña al desmenuzarse. Gritó, pero la voz de la
naturaleza era más fuerte, no había de dónde agarrarse y a merced de aquella
fuerza devastadora, sabía que su cuerpo reventaría en cualquier momento.
Entonces, con un parón brusco, dejó de rodar y el tiempo, como ella, se quedó
congelado. Su cuerpo, magullado y tembloroso, yacía aprisionado bajo una capa
de gruesa nieve que le aplastaba el pecho como cemento, impidiéndole toda forma
de movimiento.
El
ruido había cesado, pero no sabía si era peor, pues ahora todo era silencio en
aquel nicho de hielo. Intentó gritar, pero sus cuerdas vocales parecían
silenciadas, rotas a causa de la tensión y el pánico, el dolor ganaba terreno,
el aire se agotaba… Sólo fueron cinco minutos; cinco, como los años de Lucía,
su hija, cuya imagen no se apartaba de su mente, cinco, a la espera de ser
rescatada, sin saber si vendrían, si seguiría formando parte de este mundo,
sólo cinco, pero más que suficientes para que su vida quedara partida para
siempre.
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