La bella Notre Dame de París

Esta Semana Santa ha ocurrido el devastador incendio en la catedral de Notre Dame de París. Imágenes tremendas que jamás creí que vería. Para los amantes del arte y de la cultura, esto ha sido un duro golpe y estoy convencida de que un sentimiento de honda tristeza se ha apoderado del corazón de muchas personas.
Es verdad que hay quien dirá que es sólo algo material, es cierto, pero aun así, es difícil no conmoverse al ver las llamas devorando la belleza y convirtiendo la historia en cenizas. Algo que parece más bien propio de otros tiempos y no del nuestro. Porque no sólo hablamos de hechos y siglos de historia que desaparecen, sino también del esfuerzo de aquellos que la construyeron un día. Del espíritu e inspiración de las maravillosas mentes que la concibieron y del sudor y trabajo de los que, en su momento, la levantaron piedra a piedra. 
La perfección de su estructura, las altas vidrieras que inundaban de luz sus naves, la esbeltez de un edificio que buscaba elevar el espíritu del hombre hacia el Dios Padre en contraposición al severo Dios Juez de la Alta Edad Media. Ese deseo del ser humano de llegar hasta su Creador, buscando su comprensión y condescendencia, todo esto es la tan admirada Notre Dame. 
Por eso, es mucho más que un icono histórico, artístico o religioso, es belleza, es espíritu, es fe y pensamiento, la impronta de tantos otros que pasaron por este mundo antes que nosotros, es el deseo del hombre de acercarse a lo trascendental, de mirar hacia el cielo mientras contempla sus impresionantes torres y soñar con que, tal vez, la Perfección no esté tan lejos. 
Dicen que la van a reconstruir en unos años, puede que sean más de los que creen porque los daños son graves, pero esperemos que así sea y que volvamos a contemplarla en su majestuosidad y aun más bella que antes. como ya alguien ha anunciado. Mientras, los que tuvimos la suerte de conocerla, la recordaremos así, intacta y hermosa, serena: el mirador del cielo que siempre fue.


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