Los destellos de Sara - Fragmento

 

–¿La quieres? 

Su semblante se tornó triste, sabía que iba a hacerme daño.

–Sí –contestó sin titubeos.

Me levanté y me puse a contemplar la lluvia tras la ventana. Lloraba por dentro con la misma fuerza con que aquella tormenta se precipitaba sobre la melancólica ciudad.

–Pero también te quiero a ti, Sara. Oye, eres alguien muy importante para mí. Desde que te conocí no recuerdo haber encontrado tanta afinidad con nadie como contigo.

–Pero la elegiste a ella.

–Es otra forma de querer, estoy conmovido por Alba, por su fragilidad, su candidez, de esa inocencia, es el ser más más…

–Puro…

–Eso es, el ser más puro que he conocido en mi vida. Entiendo la devoción de tu padre por cuidarla, no permitiría que nadie le hiciera daño, sería capaz de cualquier cosa por evitarle sufrimiento y odiaría a quien quisiera lastimarla.

–Entonces ¿qué haces aquí? Si tan a gusto estás con ella: vete.

–Sara, quiero que hagamos las paces, las cosas entre nosotros pueden volver a ser como antes. Podemos ser los grandes amigos que éramos. Escucha, eres inteligente, carismática, fuerte, bellísima, puedes comerte el mundo si quieres. Encontrarás al mejor chico del planeta, ¡seguro!

–Vete, Samuel.

–Sara…

–Si no tienes nada más que decir, prefiero que te marches.

–Oye, no seas así, he venido a arreglarlo.

–¡No puedes! ¿Acaso me vas a decir que estarás conmigo? ¿Que dejarás a Alba por mí? ¿Qué tus sentimientos estaban confusos y te has dado cuenta de que soy la persona con la que realmente quieres estar?

Mis palabras acribillaron a Samuel, proyectiles cargados de despecho.

–¡Venga! ¡¡Dime todo eso!!

–No puedo…

Rompí a llorar.

–¡VETE, VETE AHORA!

Me miró por un instante más, sorprendido del grado de gravedad y seriedad que habían alcanzado las cosas.

–Lo siento, Sara, yo… Lo siento –concluyó acongojado y ya no pudo decir nada más, se levantó, giró sobre sus talones y se marchó.

Yo entonces me quedé ahí, en silencio, en medio de la soledad de mi piso, rodeada de las últimas y contundentes palabras de Samuel: su “no puedo” resonaba en mi cabeza acompasado por el incesante repiquetear de la lluvia tras la ventana.


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