El recuerdo

"Algunos recuerdos pueden ser tan dulces como un trozo de tarta de chocolate."
Sofía revivirá un amor de infancia a la velocidad de un sueño: "El recuerdo", cuento nº 1 de "Los pequeños romances"

El recuerdo

 

Domingo por la mañana, Sofía se levantó sobre las diez, se desperezó, y nada más poner un pie fuera de la cama, se mareó. Sin pretenderlo se había pasado toda la noche soñando con su primer amor. Era raro revivir aquel recuerdo, su infancia a la velocidad de un sueño, y es que eran tan pequeña… Por aquel entonces Sofía sólo tenía diez años.

Se dio una ducha y se puso un chándal para andar por casa. Después, con mucho sigilo, se asomó a la otra habitación y vio que el pequeño Simón aún dormía.

“Al menos me dará un respiro. Esto de ser la tía soltera y que te encasqueten al niño cada vez que sus padres se van de luna de miel no mola nada.”

Cerró la puerta con cuidado y con la idea de dejarlo dormir un poco más. Se sentó en el sofá, tomó el portátil y se puso a navegar sin más. Tras consultar su correo electrónico y ojear la prensa digital, se puso a cotillear en Facebook. Tenía varios likes en algunas de sus publicaciones, comentarios varios y también mensajes de amigos que la animaban a salir.

No puedo, tengo que cuidar de mi sobrino unos días. Ya os contaré cuando vuelva a ser soltera sin hijos. Escribió.

Entonces se le ocurrió buscar a aquel chico con el que había soñado.

“Es un agobio recordar el colegio, pero me pregunto qué habrá sido de Javier.”

Tal vez la presencia de Simón en su vida durante varios días le había hecho regresar a aquella época tan dorada.

Sofía empezó a sonreír como una tonta, sus dedos se deslizaron por el teclado y escribió el nombre completo de Javier.

“A ver, ¿cómo se llamaba? Ah, ya me acuerdo: Javier Sandoval Ramos”

Aparecieron al menos quince hombres con el mismo nombre. Resopló desanimada.

-Estoy que lo dejo -murmuró para sí.

Pero la curiosidad era más fuerte, así que se armó de paciencia y empezó a revisar cara por cara, perfil por perfil, y cuando llegó al número nueve, le entró un tembleque involuntario.

Ahí estaba Javier.

-Ay, Dios…

Contuvo la respiración y entró en el perfil en lo que dura un “clic”. Parecía increíble, pero por primera vez en veinte años, regresaba a la vida de Javier. Observó con atención la foto del perfil y se dio cuenta de que seguía siendo el mismo, pero con dos décadas más, claro está. El pelo negro y revuelto, los  ojos café, las pecas desordenadas… Las gafotas de culo de vaso habían sido renovadas por unas gafas de monturas finas, lo que mejoraba su imagen notablemente. La nariz grande y con personalidad, sonrisa sutil y anchas espaldas. Por su cabeza pasaron tantas escenas de infancia que notó que se volvía a marear.

“Me gusta tu pelo de color madera” -le había dicho él una vez cuando regresaban de la escuela y eran apenas un par de enanos que casi no podían con las mochilas.

Sofía sonrió, algunos recuerdos podían llegar a ser tan dulces como un trozo de tarta de chocolate.

Javier había sido su vecino, habían asistido a la escuela primaria juntos, y cuando tenían diez años, él se mudó a otra ciudad. Con el paso del tiempo, el contacto se perdió.

Sofía era muy mala, pésima en matemáticas y Javier era un cerebrito, así que muchas tardes quedaban en su casa para que él la ayudara con los deberes de mate, y a cambio, Sofía le invitaba a merendar.

“No entiendo nada, Javi”

“Eso es porque en cada número ves un monstruo. Eres un poco cabeza dura, Sofi”

“¡Oye, no te pases!”

“Bueno, vale… Eres la cabeza dura más guapa que conozco...”

Sofía rió ante aquel recuerdo. Siempre habían estado enamorados, de hecho, habían sido el primer amor de cada uno, aunque por aquel entonces seguro que ni lo sospechaban.

La chica siguió husmeando en la vida de Javier. Al parecer no estaba casado porque no vio ninguna alianza en sus dedos, tampoco ponía que tuviera relación con nadie, aunque en Facebook, eso nunca era garantía de nada. Intentó entrar en la sección de “amigos” y en “fotos”, pero Javier lo tenía todo oculto. Tan sólo pudo acceder a la última publicación en la que aparecía una foto del número Pi junto a un montón de “Me gustas”

“Debe de ser un poco friki y sus amigos también, ¿quién diablos le da un like al Pi?” –se mosqueó ante lo que para ella era algo radicalmente “incomprensible.”

-Buenos días, tía Sofi –saludó Simón con voz somnolienta.

Sofía dio un respingo y con en un acto reflejo cerró el portátil.

-¡Hola, cariño! Buenos días.

-¿Qué hacías en el ordenador?

-Nada, cielo, sólo cotilleaba. Anda, ¡vamos a desayunar! He comprado los cereales que te gustan –contestó ella y le guiñó un ojo.

 

*

El lunes por la tarde, Simón llegó llorando a casa. Sofía se sobresaltó cuando vio entrar al niño moqueando desconsolado.

-¡¿Qué ha pasado, Simón?!

-He tenido todo el ejercicio de mates mal y la maestra me ha reñido frente a todos -gimoteó el pequeño incapaz de controlar el llanto.

-¡Oh, cielo! No pasa nada, anda, ven aquí. Mira, lo vamos a arreglar y esta tarde entre los dos vamos a hacer los deberes juntos. Mañana irás con los ejercicios bien hechos y esa bruja no tendrá más remedio que ponerte un diez. ¿Vale?

-Si tú lo dices, tía –suspiró Simón sin mucho ánimo.

Pero no hubo manera, Sofía era tan negada a los números, que tuvo que buscar ayuda en internet para poder terminar los deberes.

-Tía, ¿crees que estarán bien hechos?

-Pues claro, cariño -le dijo no muy convencida-. Tú dile a la maestra que los hiciste con tu tía y ya verás como todo va bien.

-Vale…

Al día siguiente Simón volvió a llegar a casa llorando, otra vez por el mismo motivo y encima con una nota en la libreta dirigida a Sofía.

“Señorita, Sofía, si usted no sabe distinguir entre un + y un -, por favor, absténganse de hacer los deberes con el niño.”

-¡Pero qué cabrona! ¡Será petarda la tía jilipollas! -chilló la joven tan colorada como una remolacha. Entonces se dio cuenta de que había soltado tacos delante de Simón, quien la contemplaba fascinado. -Esto que acabas de oír no vale, sólo lo decimos los mayores, ¿estamos?

-Vale, tía.

-Y no se lo digas a tus padres.

-Lo que tú digas, tía.

Sofía se tiraba de los pelos.

-He pasado mucha vergüenza, tía Sofi -sollozó Simón.

-Que no sé distinguir entre un - y un x, dice.

-Entre un + y un -, tita.

-¡Da igual! Lo que sea. ¿Qué se habrá creído esa bruja?

-Tía, tengo que decirte una cosa.

-Calla, cielo. Déjame pensar…

-Pero es que…

-Ahora no, Simón, ¡jolín!

A Sofía parecía que la había picado una avispa. Así que sin perder un segundo, buscó en el móvil el teléfono del centro, pero cuando estaba a punto de marcar se arrepintió. Sin más, se puso el abrigo, cogió el bolso y agarró a Simón de la mano.

-Ésta me va a oír. ¡Menuda harpía!

Veinte minutos después, Sofía y Simón avanzaban a paso rápido y nervioso en dirección a la escuela.

-Tía, tengo que contarte una cosa.

-Luego, cielo, luego.

-Pero es que es importante… - lloriqueó el pobre Simón y se limpió un lagrimón con la manga.

-No más que esto. Ya estamos casi, mira la puerta. Hemos llegado. Se va a enterar ésta, yo sí que le voy a enseñar lo que es un +, -, x.

-¡Tía!

-¡Calla, ya, Simón! ¡Jolines! Vamos a la sala de maestros.

En ese momento se abrió la puerta del colegio y un hombre que llevaba colgada una bonita cartera marrón salió. Justo en ese instante comenzó a buscar algo en el bolsillo de su chaqueta.

Sofía se quedó paralizada.

El desconocido sacó el móvil, lo ojeó unos segundos y lo guardó de nuevo.

Sofía no podía moverse. Tragó en seco.

El repentino interés de la chica atrajo la atención del desconocido. Al verla y reconocer a Simón, abrió los ojos a más no poder.

Simón suspiró.

-Eso era lo que te estaba intentando decir, tía Sofi -dijo el niño por fin-. Mi maestra se cayó ayer a la salida y se partió una pierna, así que estará de baja un mes. Ahora mi maestro se llama Javier.

Sofía y Javier no consiguieron mover ni un músculo.

“Me gusta tu pelo de color madera.”

“A mí tus gafotas de culo de vaso.”

Veinte años después…

Y sin apartar la mirada el uno del otro, sonrieron.












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